"A mi hermana Rosario, otra vez", esa sería la dedicatoria si escribiría otro cuento titulado "Arcoiris", quizás hasta haría un nuevo libro con siete historias que representen cada uno de sus colores. En mi primer libro, la historia comienza así: "La cebada está creciendo hermosamente, pronto amarillentará y cortaremos la espiga. Será la primera vez que lo hagamos y la sola idea de trillar los granos me llena de alegría. A veces me asusta las constantes lluvias de enero, sobre todo los truenos que amenazan con fuertes tormentas, pero después todo resulta ser una falsa alarma; las gotas apenas humedecen la tierra y en el cielo un brioso arcoiris se franquea mucho antes que anochezca."
Después de tiempo he vuelto a leer ese cuento que es el que cierra Objetos de mi tocador, mi primer libro. Me puse a recordar qué me había llevado a escribirlo. Probablemente estaría leyendo alguna biografía de Vincent Van Gogh o tal vez las cartas dirigidas a su hermano Theo, lo cierto que es que llegué a conocer la hermosa historia que hubo entre los dos hermanos. El amor fraterno es quizá uno de los sentimientos más profundos que llegamos a sentir durante nuestra existencia. Considerar a alguien como hermano o hermana, no necesariamente por vínculos de sangre o de religión, es una muestra noble de nuestra capacidad de amar. Dada su ausencia por razones laborales, pensaba en mi hermana Rosario, quería traerla de vuelta a casa a través de una historia, y así surgió "Arcoiris". El título fue producto de una intuición que ahora logro comprender un poco más.
A lo largo de la historia humana, el arco iris ha sido utilizado como un símbolo con variadas significaciones. En particular comparto el significado que le han dado los tibetanos y los cristianos. Para los primeros dicen que representa una imagen positiva que proporciona un estado interior pleno de alegría, fuerza y entusiasmo; para los segundos, simboliza el pacto que Dios hizo con los hombres luego del Diluvio. En ambos casos la esperanza se arquea en el cielo coloreando nuestra vida como un cuadro de Van Gogh.
Al releer ese cuento he sentido que en mi habitación no solo está la silla donde se sienta Vincent, sino hay otra al lado que es para Theo. En una noche estrellada, cuando ambos se vayan a pasear a Arles, llamaré a mi hermana para que nos sentemos en sus sillas y juntas pintemos la noche con los intensos colores del alba.