jueves, 3 de diciembre de 2015

ORACIÓN PARA MI PADRE

Debo confesar que no aprendí a orar hasta muy tarde en mi vida. De niña rezaba de memoria los Padre Nuestros y las Ave Marías, también el credo y una que otra oración que aprendía en casa o en el colegio; pero realmente no sentía una verdadera conexión entre lo que repetía casi de manera mecánica y lo que significa Dios para mí. Quizá en ese tiempo solo ciertas canciones religiosas me trasladaban a un estado espiritual profundo, ya que podía percibir que de mí brotaba una alegría inmensa que solo el canto podía canalizar a pesar que nunca tuve una voz privilegiada. Luego crecí y dejé de cantar. Ha sido como un silencio largo que se ha acumulado a lo largo del tiempo. Quizá eso también explique el porqué de mi escritura. Ya no canto, es cierto, pero ahora escribo. De alguna forma, tal vez lo que me mueve a hacerlo es liberar ese silencio.
Ahora en silencio contemplo a mi padre, postrado en una cama de hospital. Su respiración es  tranquila como la brisa suave de esta mañana. Mientras él duerme, trato de imaginar sus sueños; en los míos lo veo siempre sonriendo. Levanto la vista y veo los volcanes a través de los cristales de la habitación. En la cima de ellos hay algo de nieve derretida y unas nubes dispersas en medio de un cielo azul. A sus faldas, la ciudad entera se moviliza este sábado hospitalario. La enfermera le ha conectado la vía intravenosa, y gota a gota el antibiótico penetra en su torrente sanguíneo. Pienso en un cuadro de Frida Kahlo aferrada a la vida a través de sondas que llegan hasta su corazón. Lleva varios días así. No muestra desesperación por salir del internamiento, él mismo dice que depende de los médicos.
Los días han sumado ya semanas.  Hoy es lunes, si no fuera por la agitación que siempre despierta ese día en todas las personas, parecería ser cualquier otro día. Continúan los antibióticos actuando sobre el cuerpo de mi padre. Las enfermeras y las técnicas me sonríen y me dicen que ha mejorado bastante. Todos los días durante su convalecencia mi padre se aproximaba a la imagen del Señor de los Milagros y rezaba algunos minutos. Las palabras de los mismos médicos eran fe y paciencia. Precisamente, eso aprendí a cultivar en los momentos de espera, ya que mientras ellos curaban las heridas de la operación de mi padre, sentía que a través de sus manos  se manifestaba Dios. Y con las horas, días y semanas la infección finalmente cedió. Sentí una sensación de paz. La vida poco a poco se iba restableciendo.  
Sin pensarlo este internamiento de mi padre, que ha sido de alguna forma también el mío, me ha servido como un retiro espiritual. He encontrado paz. En ese estado interior que hace tiempo no experimentaba, de cara a los volcanes admiro la creación. El cielo se abre a mis ojos como una luz intensa que me llena de una súbita alegría. Ahora comprendo que ese cielo protector siempre ha estado cuidándome por más que me haya extraviado varias veces en el camino. Recuerdo los versos de Neruda: “Salgo en este día lleno de volcanes, hacia la vida”. Mucho de divino tiene la poesía. Hoy iré del brazo de mi padre de regreso a casa: las palabras brotarán de mi corazón hacia ese cielo protector.