jueves, 3 de febrero de 2011

PARÍS ERA UNA FIESTA

No hay mejor camino para emprender otros caminos que los libros. Un libro nos conduce a otro, y este a otro y así sucesivamente: la intertextualidad ad infinitum.
Yo casi acababa de leer París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas cuando ya tenía en mi cabecera París era una fiesta de Hemingway. Este lo leí durante la semana, lo terminé ayer y me siento feliz.
Este libro es un híbrido de ficción y realidad, relata la vida de Hemingway en los años veinte, cuando se iniciaba como escritor y trabajaba como reportero para una revista canadiense. Estaba enamorado de su primera esposa, pero sobre todo andaba enamorado de la vida parisiense, de la inevitable atracción que sentían los escritores por esa ciudad. Su amistad con Gertrude Stein, Ezra Pound y Scott Fitzgerald es vital en esos años de formación, de bohemia pero también de férrea disciplina.
 En la última página del libro, el viejo Hemingway escribió: "París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivivo allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres  muy felices".
Estas palabras finales de Hemingway me han hecho sentirme plenamente identificada con él, París no se acaba nunca. Uno lleva a París dentro con nuestros propios recuerdos. El recuerdo de mi hermana, de la gente, del metro, de la torre, de los puentes, del Sena... todo bulle en mi cabeza. París me recuerda que hay que escribir París, es decir que hay que escribir la vida.