Hace algunos meses mi hermana Bertha me regaló "De qué hablo cuando hablo de correr" de Haruki Murakami por mi cumpleaños. Me lo dio cuando llegamos a Milán en setiembre. Lo había conseguido en una librería de Barcelona en junio y lo tenía guardado hasta cuando yo llegara a visitarla. Lo comencé a leer apenas emprendimos el viaje hacia Venecia. Acomodada en un asiento del tren que nos llevaba esa tarde, disfruté sin medida las primeras páginas de ese libro, me hizo recordar la época cuando salía a correr y escribí en ese entonces un cuento titulado "Después de la carrera".
Sucede antes de las seis, así comenzaba mi relato. En efecto, todo sucede antes de las seis de la mañana, como hoy, que me puse mis zapatillas y emprendí mi recorrido a lo largo de la metropolitana que bordea los rieles del tren. El aire fresco penetra por doquier por mi nariz, acelera mi respiración, impulsa mis piernas al incesante movimiento, a veces acaricia mi rostro y otras se estrella removiendo mi cabello. La gente que corre por mi lado también tiene decidida una meta a llegar, un tiempo por cumplir, una lucha contra el cansancio. Recuerdo algunas frases de Murakami en el trayecto en las que decía que uno mismo era su propio competidor, y ahora que he encontrado la cita exacta la avalo totalmente: "Lo importante es ir superándose, aunque solo sea un poco, con respecto al día anterior. Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ese no es otro que el tú de ayer".
Sucede que mi ayer es hoy, cuando comienzo otra vez la carrera; mañana entonces sí tendré un tiempo y un espacio que superar, mañana otra vez volveré a respirar la libertad.