"Zhang Daqian había destacado desde siempre por su extraordinaria ductilidad. (...) Entraba en contacto con los grandes maestros clásicos, una de las pasiones de su vida y que desde muy pronto conformaría su gran colección de obras maestras de la tradición china, entre otras cientos de obras de las dinastías Tang a Qing. Su coleccionismo es una faceta esencial para conocer otro de los grandes secretos de su mano: las copias.
Tal vez en su caso se trataba más que de copias de auténticos falsos que, cuenta la leyenda, son tan perfectos que siguen ocupando lugares de privilegio en muchos museos europeos y norteamericanos. Desde luego su mano poseía una destreza inusitada: lo comprobaba cuando sus primeras copias de Shitao terminaban por engañar a los especialistas. Conviene matizar aquí que la copia –y hasta el falso- tienen en China una significación muy diferente de la que podrían tener en Occidente: sólo los grandes pintores pueden ser grandes maestros de la imitación.
Quizás por eso, cuando a finales de los 50 empieza a desarrollar un problema en la vista y se pone a trabajar en con sus “pinturas salpicadas”, no le resulta difícil mirar hacia un lugar del todo diferente. Se centra en las bellas manchas de color que luego retoca en sus contornos, convirtiendo los misteriosos azules, verdes y marrones en majestuosas montañas. Muchos ven a Pollock en esas pinturas, aunque Zhang Daqian insistiera en nombrar al pintor clásico Wang Mo como fuente de inspiración. Sea como fuere, esas “pinturas salpicadas” gozan de inmejorable salud en el mercado del arte. Y también de influencia en las nuevas generaciones, quién sabe si porque en su obra, como dijera Shitao, “la tinta, al impregnar el pincel, lo dota del alma; el pincel, al utilizar la tinta, la dota de espíritu.”