Hace un par de días recibí una grata noticia de mi amigo Jorge Luis Ortiz Delgado,quien también vive sumergido en el mundo de la imaginación y la escritura. A través de él recién me enteré que hace poco la filósofa norteamericana Martha Nussbaum había obtenido el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. De ella he leído dos libros: El cultivo de la humanidad y El conocimiento del amor. Este último es un conjunto de ensayos sobre filosofía y literatura, dos de ellos tienen títulos que de por sí atrapan al lector: "Leer para vivir" y "Ficciones del alma". En general, Nussbaum destaca el trascendente valor de la literatura en todos los campos de la vida del ser humano.
Jorge Luis me envió un interesante artículo suyo que transcribo a continuación:
LAURELES CONTRA LA INDOLENCIA
La noticia se dio varias semanas atrás. Una de las voces filosóficas más innovadoras y claras del pensamiento actual había sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Martha C. Nussbaum ha sido y es una defensora de la reforma en la educación liberal y ha cultivado el imperativo del entendimiento entre las distintas visiones culturales cuando de derechos humanos y condiciones mínimas de vida digna se ha tratado. La necesidad de entender y juzgar el mundo desde la mirada responsable de la empatía nos ha permitido interpretar configuraciones sociales conflictivas y empobrecedoras para intentar resolverlas desde sus propias cosmovisiones, sin dejar de lado la lealtad hacia aquello que nos vuelve más humanos y menos indolentes. Nussbaum desde su cátedra, sus libros y conferencias ha soliviantado el ánimo indiferente de los claustros universitarios hacia los problemas acuciantes que trae consigo la modernidad y que no ha sabido más que dejar en los escritorios de los burócratas y políticos la resolución de estas disyuntivas.
A diferencia de aquellos postulados enrevesados con que no pocos filósofos deconstructivistas habían dirigido sus esfuerzos al análisis del discurso y la metafísica, Nussbaum aporta a estos estudios –a través del desciframiento de los significados mediante la imaginación- con la flexibilidad del lenguaje y lo cristalino de sus propósitos. No hay oscurantismo en sus palabras ni el menor atisbo de presuntuosidad entre sus explicaciones. Su voz se dispara contra la ambigüedad de los razonamientos. Por eso es que en uno de sus principales trabajos frente a la idea de alcanzar alguna vez el arquetipo de ciudadano del mundo, El Cultivo de la Humanidad (2001), dedica importante espacio de análisis a la figura de Sócrates, al que ubica como uno de los grandes propulsores de la democracia dialogante, sin parafernalias ni imposiciones, en la que los ciudadanos pueden pensar por sí mismos en lugar de remitirse, tan solo, a la opinión de las autoridades y a la debida obediencia por las jerarquías.
Del mismo modo con que ha defendido la concepción del pensamiento crítico como herramienta esencial de la libertad cívica contra lo establecido bajo el entumecimiento de la tradición –enemiga de la educación liberal– la norteamericana, nacida en Nueva York, ha sido competente en la argumentación que coloca los derechos de la mujer y su alcance en la economía mundial en el centro de la discusión académica, derribando los muros del relativismo cultural y superando los límites del etnocentrismo por el que en muchas partes del mundo aún se siguen infligiendo los valiosos intentos de la mujer por conseguir mayores cuotas de autonomía.
Debo decir que hasta antes de conocer la literatura de esta notable filósofa, dentro de los contemporáneos, casi exclusivamente me sentía a gusto con las disquisiciones del gran Fernando
Savater, a quien leo desde hace ya más de una década y no dejo de seguir a través de sus artículos. Recientemente, estoy enterado por las noticias sobre su plena incursión en la ficción, dejando descansar sus oportunos apuntes filosóficos, que seguramente se dejarán olfatear en el terreno de las verdades inventadas. Afortunadamente con Nussbaum puedo vislumbrar con más luces que sombras el papel de las humanidades en la educación y la consistencia de nuestras decisiones ante las opciones éticas con las que cotidianamente estamos enfrentados. Los laureles en reconocimiento a esta lucha tenaz por la mejor comprensión del mundo, sin romanticismos ni chovinismos, no podían tener mejor destino.
(Jorge Luis Ortiz Delgado)