EL PAISAJE MEXICANO
La meseta de Anáhuac tiene, como se sabe, una altura media de 1800 metros sobre el nivel del mar. Sus cumbres, el Popocatépetl, el Iztaccihuatl y el Ajusco se elevan sobre ella (...) El Dios que hizo esas montañas no es el Jehová potente, ni siquiera el Dios cuya mano enérgica amasó Rodin; este es un Dios que hace su tierra con dedo acariciante, (...)
La que más amo es Iztaccihuatl, o sea, La Mujer Blanca. Línea línea, es una mujer tendida y vuelta al cielo. Tiene una elevación como de pierna recogida, y otra menor que simula el pecho. La blancura de su nieve eterna (aquí lo de eterna es verdad) aumenta la visión deleitosa.
Mi casa de Mixcoac (alrededores de México) queda frente a ella. La saludo al abrir mis ventanas como a mi diosa tutelar. (...)
Veracruz es ardiente: un poco menos siempre que La Habana; me dicen que Yucatán es el verdadero trópico, y lo son Tabasco y Campeche, los tres estados que la península tiene en la costa sureste. A cuatro horas de Veracruz ya me encontré con una ciudad de clima clementísimo: Jalapa. Fue el saludo de dulzura que me hizo México. (...)
Ya en el trayecto de Jalapa a México venía yo alabando los hermosos magueyes como motivos ornamentales del paisaje. Un compañero me rompió el elogio.
- Es hermoso, pero demoníaco, me dijo. Equivale a la endiablada hermosura de la viña de ustedes. El indio arranca del maguey el aguamiel, de sabor delicioso, pero que se convierte después en nuestro pulque, la tremenda bebida del pueblo (...)".
Gabriela Mistral, en Croquis mexicanos, Santiago, Nascimento, 1979.
MÉXICO
¡Cuántas cosas iguales! El jinete y el llano,
la tradición de espadas, la plata y la caoba,
el piadoso benjuí que sahúma la alcoba
y ese latín venido a menos, el castellano.
¡Cuántas cosas distintas! Una mitología
de sangre que entretejen los hondos dioses muertos,
los nopales que dan horror a los desiertos
y el amor de una sombra que es anterior al día.
¡Cuántas cosas eternas! El patio que se llena
de lenta y leve luna que nadie ve, la ajada
violeta entre las páginas de Nájera olvidada,
el golpe de la ola que regresa a la arena.
El hombre que en su lecho último se acomoda
para esperar la muerte. Quiere tenerla, toda.
Jorge Luis Borges, en Borges y México, México, Lumen, 2012.