A lo largo de los años me he dado
cuento que me estoy convirtiendo en una coleccionista. Cada viaje ha aumentado
mis ganas de llenar mi casa de objetos traídos de distintas partes. Sin duda,
los gatos y las libretas son los más frecuentes, sobre todo estas últimas que
ocupan un espacio considerable en los estantes de mi biblioteca. Las tengo de
distintos colores, tamaños y formas, y si las vemos desde el punto de vista del
uso, unas están llenas de mis escritos y dibujos, y otras simplemente vacías.
Muchas de ellas son regalos de amigos y familiares que conocen de mis gustos y
manías.
Una de las libretas de viajes que
elegí para llevarla conmigo a Europa, tenía una tapa negra con flores de
colores vistosos y la foto del rostro de una niña. Me encantaba su tamaño y la
facilidad con que entraba en cualquier bolso que llevaba. Lo primero que anoté
en su primera página fue la fecha de ese viaje que comenzaba en España, donde
me encontraría con mi hermana menor. Era setiembre de 2010. Algo de Madrid, La
Mancha, Sevilla, Cádiz y Granada quedó plasmado en esa libreta. Lo que más
recuerdo es el dibujo que me puse a hacer frente a La Alhambra. No soy
dibujante profesional, pero en ese momento esa deslumbrante construcción árabe
valía más en imágenes que mil palabras.
Lo mismo pasó con la torre Eiffel y los puentes de París; más bien cuando
estuvimos recorriendo Versalles no pude
evitar sentarme a escribir cómo imaginaba a María Antonieta tratando de huir de
la furia de los revolucionarios. Luego vino Italia, el país donde vivía mi hermana.
El recorrido por Milán fue como saborear un delicioso gelato de fresa, y el tren hacia Venecia me hizo ver los paisajes
más pintorescos que había visto hasta el momento. En todos esos días de viaje
registré todo cuanto podía en mi libreta. Era mi diario de esos felices días de
verano.
El fin de mi travesía coincidió con la última
página que me quedaba para escribir en mi libreta. Recuerdo que estaba en la
sala de embarque del aeropuerto, llenando presurosa unos formularios. Ya me
había despedido de mi hermana y tuve que apurarme en subir al avión de regreso
a mi país. Cuando logré sentarme en mi asiento junto a la ventana y respirar
tranquila por no perder el vuelo, pensé
que era hora de escribir en la única hoja que me quedaba. Busqué mi libreta en
mi cartera, pero nunca la encontré. Finalmente, el avión partió y se elevó
entre las nubes, sentí que algo mío quedó en tierra.