Cada 26 de junio la luna entera se aprisiona en mi vientre, con increíble fuerza materna se contrae hasta darme una vez más a luz. Este nacer y renacer casi a mitad de año no es una fase más de mi ciclo vital, sino el inicio de un nuevo viaje.
Entonces me doy cuenta que el tiempo pasa como un río debajo de inmensos puentes que intentan detenerlo en vano, pero las aguas avanzan raudamente hacia el océano final. Ahí mi cuerpo ajado otra vez reluce, presto a reiniciar el viaje de nuevo.
En el trayecto hay otros pasajeros que hacen diferente y más hermoso mi viaje. Se embarcan en cualquier momento como Marianné que lo hizo el 6 de mayo o Santiago Gabriel el 13 de junio. Mi hija y mi sobrino son viajeros aventureros que levan anclas sin temor porque su destino es llegar aún más lejos del puerto seguro del que partieron.
La vida así es un río, un puente y un mar; con una luna que no se cansa de dar a luz cualquier día del año, como una madre amorosa que ilumina a sus hijos hasta el final.