Este es uno que me trajo como souvenir mi hija desde Canadá, es de madera y tiene un alce muy gracioso. Me gusta mucho su textura y que sea de madera porque parece desprenderse de alguno de mis anaqueles. Me acompañan en esa mágica aventura de leer cada día. En fin, marcan las páginas de mis libros de cabecera como si marcaran mi propia vida.
Estos otros dos también son regalos de amigos que visitaron lugares muy lejanos. Uno proviene desde tierras barcelonesas donde Gaudi pasó sus últimos años haciendo su obra maestra; y el otro desde las alturas del Corcovado brasileño. Además de marcadores por supuesto son recuerdos de amistad que mi memoria preserva con cariño.
Más allá del uso práctico del marcador que nos indica en dónde nos hemos quedado en la última lectura, lo que marca un libro no es en sí el objeto, es la fuerza de las palabras que contienen esa página al punto de removernos el alma. Cada página marcada puede significar un momento de profunda reflexión. También, por supuesto, un momento de aburrimiento por lo que no es posible continuar más con la lectura y preferimos descansar.
Si cada uno de mis libros tuviera su propio marcador imagino que sería toda una coleccionista, pero no, no tengo tantos, y mejor que sea así. Creo que mis libros ya están lo suficientemente marcados.
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