lunes, 29 de septiembre de 2014

EL DÍA QUE ESCRIBÍ EN THE NEW YORK TIMES

Debí imaginar que viviría mi primera odisea en ese viaje al estado de  Nueva York que planeé por varios meses. ¿Acaso el nombre de Ithaca no me decía nada? La verdad es que  mi cabeza antes del viaje solo se resumía en tres letras: NYC. Lo mismo les pasaba a mis amigos con quienes acordamos encontrarnos en el terminal 1 del aeropuerto John F. Kennedy para luego partir juntos hacia Manhattan y  finalmente tomar el bus a Ithaca, ya que todos veníamos en vuelos distintos desde Perú.  A nadie se le ocurrió pensar que un aeropuerto es el lugar menos indicado para un encuentro, y más aún  teniendo en cuenta que es el JFK es el más transitado del mundo, ya que anualmente bordea los 50 millones de personas que lo circulan. Entre tantos viajeros, vuelos y maletas, nunca llegamos a encontrarnos, así  que solo con mi colega nos aventuramos en partir  luego de una espera de tres horas.
Llegamos cansadas y muy de noche al terminal de buses llamado Port Authority. En las calles parecían que no dejaban de circular los cerca de 9 millones de neoyorkinos que habitaban la Gran Manzana. Si bien ya me encontraba en pleno corazón de Manhattan, sentí de pronto que la cabeza de toda la ciudad estaba frente a mí. Y no me equivoqué. Levanté la vista hacia el imponente edificio de 52 pisos y pude leer las letras iluminadas del The New York Times. Comprendí de inmediato que estaba en el lugar donde a diario se reinventaba el mundo. El edificio  recién se había terminado de construir en el 2007, como respuesta a lo que pasó el 11 de setiembre. Su  inventor, un arquitecto  italiano llamado Renzo Piano, lo concibió “transparentemente”, donde todos puedan verse. Entonces me vi frente a la ventana de una de esas oficinas. Desde ahí podía divisar a los viajeros de todo el mundo que arribaban o partían de Port Authority. 
De pronto el llamado de mi amiga me sacó de mis cavilaciones. Me dijo que el próximo bus a Ithaca salía en un par de horas. Entonces me acomodé en una de las bancas del terminal a la espera del siguiente viaje. Saqué mi cuaderno azul de viajes y comenzé a escribir mi crónica del viaje. Entre sueños me vi escribiendo a través de esa ventana, y también vi la nueva portada del The New York Times. Ahí aparecía mi crónica y por supuesto mi nombre. Cuando desperté vi que mi amiga dormitaba profundamente, lo que no vi fue nuestro equipaje por ninguna parte.

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