Debí imaginar que viviría mi primera odisea en ese viaje al estado de Nueva York que planeé por varios meses. ¿Acaso
el nombre de Ithaca no me decía nada? La verdad es que mi cabeza antes del viaje solo se resumía en
tres letras: NYC. Lo mismo les pasaba a mis amigos con quienes acordamos
encontrarnos en el terminal 1 del aeropuerto John F. Kennedy para luego partir
juntos hacia Manhattan y finalmente
tomar el bus a Ithaca, ya que todos veníamos en vuelos distintos desde Perú. A nadie se le ocurrió pensar que un aeropuerto
es el lugar menos indicado para un encuentro, y más aún teniendo en cuenta que es el JFK es el más
transitado del mundo, ya que anualmente bordea los 50 millones de personas que
lo circulan. Entre tantos viajeros, vuelos y maletas, nunca llegamos a encontrarnos,
así que solo con mi colega nos
aventuramos en partir luego de una
espera de tres horas.
Llegamos cansadas y muy de noche al terminal de buses llamado Port
Authority. En las calles parecían que no dejaban de circular los cerca de 9
millones de neoyorkinos que habitaban la Gran Manzana. Si bien ya me encontraba
en pleno corazón de Manhattan, sentí de pronto que la cabeza de toda la ciudad
estaba frente a mí. Y no me equivoqué. Levanté la vista hacia el imponente edificio
de 52 pisos y pude leer las letras iluminadas del The New York Times. Comprendí de inmediato que estaba en el lugar
donde a diario se reinventaba el mundo. El edificio recién se había terminado de construir en el
2007, como respuesta a lo que pasó el 11 de setiembre. Su inventor, un arquitecto italiano llamado Renzo Piano, lo concibió “transparentemente”,
donde todos puedan verse. Entonces me vi frente a la ventana de una de esas
oficinas. Desde ahí podía divisar a los viajeros de todo el mundo que arribaban
o partían de Port Authority. De pronto el llamado de mi amiga me sacó de mis cavilaciones. Me dijo que el próximo bus a Ithaca salía en un par de horas. Entonces me acomodé en una de las bancas del terminal a la espera del siguiente viaje. Saqué mi cuaderno azul de viajes y comenzé a escribir mi crónica del viaje. Entre sueños me vi escribiendo a través de esa ventana, y también vi la nueva portada del The New York Times. Ahí aparecía mi crónica y por supuesto mi nombre. Cuando desperté vi que mi amiga dormitaba profundamente, lo que no vi fue nuestro equipaje por ninguna parte.
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