A pocas horas del 2010 hice algunas cosas que pensaba hacerlas hace algún tiempo. Lo más notorio fueron los cambios de los muebles de mi habitación. Arrinconé un poco la cama, desplacé el ropero a otra esquina e introduje un pequeño escritorio en un espacio vacío junto a la ventana. Después los libros parecieron acomodarse solos: Varios ejemplares sobre Walter Benjamin, algunos ensayos chilenos y mexicanos, y cuatro novelas peruanas sobre el tiempo de la violencia. Una lámpara y un lápiz, un block de notas y seguramente mi sueño despierto y acomodado en una silla en los próximos días.
Trasladar un poquito de mi biblioteca a mi habitación parece una simple acción, insignificante, nimia, pero tiene un riesgo que asumo con cierta curiosidad y algo de ilusión. Si la casa es un espacio biográfico, como escribe Martín Cerda, con mayor razón la habitación es el lugar para la creación de esa vida. Me despierta, me acompaña, me habita. La lleno de incienso de lirios hasta asfixiarme con su fragante humo, mientras las páginas de mis libros reciben en llamas al Año Nuevo. Empieza así un Nuevo Año, empieza así una nueva historia.
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