sábado, 9 de octubre de 2010

LA NOCHE DE VERSALLES

Creo que lo último que escribí en mi diario de viajes, antes de perderlo, fue en los jardines del Palacio de Versalles. Después de recorrer las lujosas habitaciones y salones de esa Francia histórica del siglo XVIII, recuerdo que con mi hermana nos sentamos en las graderías frente al majestuoso jardín. Lo que vi en ese momento armonizaba perfectamente con la música de fondo que había en el lugar.
Desde ese peldaño donde descansaba volví mis ojos al palacio y vi a María Antonieta con su hermoso vestido bordado en hilos de oro y sus preciosos zapatos con piedrecillas incrustadas. La vi acurrucada a su almohada, asustada por los gritos de la muchedumbre que asaltaba su palacio. La vi prisionera, luego, en una habitación oscura. Vi en su joven rostro la incomprensión de su fatal destino de ser reina. La vi asomarse a la ventana y contemplar por última vez el hermoso jardín que su padre había mandado a construir.
No habría más paseos alrededor de las fuentes de mármol ni largas caminatas entre los árboles tallados como ejércitos verdes. La música había llegado a su fin y pronto sería reemplazada por himnos libertarios voraces que ella no comprendería jamás. Prefirió el silencio, el silencio total en esa noche trágica de Versalles.

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