Hay libros que uno lee sin parar, en cuestión de días o tal vez horas. Eso me pasó con "París no se acaba nunca" del escritor español Enrique Vila-Matas. Empecé a leerlo más por la nostalgia que me entró cuando vi la foto de la portada del libro: un hombre sentado sobre una banca en un puente que atraviesa el Sena.
Hace unos meses fui una caminante que atravesaba esos puentes extasiada por la tranquilidad de ese río. De haber encontrado una banca en medio de él, me habría sentado a escribir por lo menos el título de alguna historia, por ejemplo, "Los puentes de París". Quizá hubiera escrito una historia de amor, inspirada en los candados incrustados en las barandas de esos puentes, dicen que son de las parejas enamoradas que graban ahí sus nombres o iniciales, después lo cierran y lanzan la llave al agua. Creen que su amor, así, perdurará eternamente.
Más allá de los puentes, París es una ciudad eterna. Con razón Vila-Matas llamó así a su libro, París no se acaba nunca. Este libro es un híbrido como tantos otros que ha producido ese escritor. Una mezcla de novela, memoria y conferencia. "¿Soy conferencia o novela? Dios, qué pregunta. Disculpen ustedes. Parece que regresé a los días en que era joven, vivía en París y estaba desesperado y no paraba de hacerme preguntas."- dice el narrador en una de las páginas iniciales. Con un tono irónico va contando su estancia en París en los años 60 y 70. Su obsesiva idea de parecerse a Hemingway, lo lleva a reflexionar sobre la obra del escritor norteamericano y su famosa teoría del iceberg, de lo no dicho, lo sobreentendido y la alusión; pero sobre todo lo lleva a cuestionar la felicidad que sintió Hemingway cuando escribió "París era una fiesta", cuyo último capítulo precisamente se titula como el libro de Vila-Matas, para quien París estaba lejos de ser un país festivo, era una ciudad gris como él. Por eso las últimas palabras del libro son: "... en París siempre llovía y hacía frío y había poca luz y mucha niebla. Y es tan gris, añadió mi madre, supongo refiriéndose a mí".
Todas las ciudades que uno va conociendo a lo largo de nuestras vidas dejan un recuerdo nostálgico, pero hay unas que especialmente han sido creadas para llevarlas siempre, por eso volvería otra vez a París con mi candado y desde uno de sus bellos puentes lanzaría al Sena la llave de mi corazón.
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