lunes, 29 de julio de 2013

CRÓNICA DESDE ITHACA. 1


Ya estoy de vuelta, pero hoy mismo regreso a Íthaca. Fiel al poema de Cafavis haré que sea larga la jornada, llena de aventuras y experiencias. Antes de abordar el barco que me lleve por los lagos, me echaré de espaldas sobre el último tramo del embarcadero; abriré mis ojos para confundir el azul del cielo con el color del Keuka, del Séneca o del Cayuga, lo mismo da cuando el agua gobierna nuestras vidas. Subiré al Columbia y me ubicaré en la proa para distinguir en el horizonte otros barcos que traen a viajeros de distintas tierras. Nos saludaremos a lo lejos sin palabras como corresponde a nuestra esencia natural. Las miradas de bienvenida y despedida se cruzarán como los peces dentro del lago. Algunos viajeros, tal náufragos, habrán vivido su propia odisea; otros más bien llevarán las estrellas en sus ojos y con sus manos nos señalarán el camino. El Columbia avanza raudamente, ya sin tiempo, entre árboles y agua, su motor es mi corazón palpitante, dispuesto a llegar a otras Íthacas.

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