viernes, 16 de agosto de 2013

CRÓNICA DESDE ITHACA.2

Una parada en la travesía por Finger Lakes. El lago, los árboles, las viñas y yo en la mira de la cámara. Mi memoria se transfiere ahora a una canon portátil que me ha acompañado en estos últimos años. Ha captado el momento y lo ha petrificado. Es un instante único que hoy vuelve a repetirse gracias a esa imagen. Vuelve a mí el agua y su azul robado al cielo, vuelve a mí el verdor de las hojas de la vida, vuelve también el racimo de uvas y su destino final en la copa de vino. Salud por ese instante pleno que bebemos gota a gota.
Hay lugares que impactan a primera vista, ya sea por la naturaleza que los rodea o por las personas que lo habitan. En los Finger Lakes, sucede por los dos motivos. Ahí ambos se complementan y quizá por eso precisamente le dan una apariencia de un cuadro impresionista.
Escuché hablar brevemente de Walter Taylor, un hombre polifacético que había muerto hacía poco. Cuando conocí el museo dedicado al vino que él impulsó por ser precisamente uno de sus principales productores de la zona, quedé sumergida en un mundo dedicado a una coleccionista como yo. El museo parecía resguardar hasta el aroma del vino, pero sobre todo resguardaba verdaderas obras de arte realizadas por Mr. Taylor. Sus cuadros, sus dibujos, sus fotografías, etc., eran de un verdadero artista, más propiamente de un visionario.
 


 

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