Para mí esta Navidad comenzó en setiembre, en Tlalpujahua, camino a Morelia en México. Íbamos en auto con Marianné y David para encontrarnos con Lupita en esa ciudad colonial que se parece tanto a Arequipa. Habíamos partido en la madrugada desde la capital mexicana. Al cabo de un par de horas estábamos en medio de unas montañas verdes con fondo intensamente azul, como es casi todo el bello paisaje michoacano, lleno de lagos. Mientras ascendíamos por la pendiente de la carretera que nos llevaba al pueblo, podíamos ver las esculturas de piedra que los artesanos hacían en sus propias casas. Sin duda, Tlalpujahua era un lugar que con su arte se enfrentó sin miedo a las garras de las mafias de los narcos. Al llegar a la plaza, recorrer sus calles antiguas y apreciar desde el mirador del patio de su iglesia toda la belleza de este pueblo mágico, en ese momento me sentí intensamente feliz. Era una felicidad que recién comenzaba. Justo ese día se festejaba la Independencia. Todo el pueblo estaba decorado de verde, rojo y blanco, los colores de su bandera.
Como no habíamos desayunado, fuimos al mercado. Esa mañana soleada nos rendimos ante la deliciosa gastronomía mexicana: mole con guajolote y tortillas de maíz, las mejores que he probado en México. Mi boca saboreaba los chiles y las diversas especias que formaban parte del mole, mientras David nos explicaba cómo lo preparaban en distintas partes del país, pero que el mejor mole del mundo lo hacía la mamá de Lupita, su amada esposa. No podía faltar una taza de café mexicano, cuyo aroma se mezclaba con la magia del ambiente.
Después llegó el momento de conocer a los hacedores de esferas que hacen que todo el año sea Navidad en el municipio de Tlalpujahua. Visitamos varias tiendas que ofrecían esos delicados objetos que ponemos en diciembre en nuestros árboles navideños, y también otros adornos que los artesanos moldean con su talento e imaginación. Nos permitieron ingresar a los talleres donde los artesanos trabajan el vidrio. Con su soplido crean mundos, luego los pintan con colores de la vida y todo el universo navideño. La fragilidad de estos objetos contrastan con la dureza que significa hacerlos en especial para la salud de las personas cuyo sustento depende de cuántas esferas hayan hecho durante el día.
Yo encontré este arbolito en un taller de Tlalpujahua y me lo he traído hasta Arequipa en un largo viaje. Lo he plantado en mi corazón y ya ha echado raíces profundas. Sus adornos son recuerdos cual esferas que brillan en la noche. En lo alto tiene una estrella que lleva grabados los nombres de Marianné, Lupita y David, que revolotean alrededor de mi árbol como las mariposas monarca de Michoacán, cuya poesía solo Neruda la pudo expresar y que Gael García revivió al inaugurar el Festival de Cine de Morelia: "¡Qué difícil decir México en estos momentos, decir 'México quiere decir alegría'. Es como si comiéramos un poco de vidrio molido también al decirlo". Yo al decir México digo amistad infinita.
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