"Mamá,
ha muerto Leonard Cohen", me dijo ayer Marianné mientras yo intentaba
conciliar el sueño. Que mi hija me haya transmitido esa triste noticia no me
parecía una casualidad más del destino. Su nombre formaba parte de la canción
que más he escuchado en mi vida: So long, Marianne. La
escuché por primera vez de manera casual en un canal que estaba
transmitiendo un concierto pasado que el cantante canadiense dio en
London. La pantalla del televisor tenía un tono azulado y en el medio
aparecía un hombre con un sombrero elegante que parecía danzar con su guitarra
mientras le susurraba una canción con su voz enamorada. En ese entonces mi hija
ya era casi una adolescente y obviamente su nombre era anterior a esa canción,
pero escucharlo repetidamente en esa melodía era un regalo celestial.
Con el
tiempo supe que Marianne Ihlen fue quien le inspiró a escribirla mientras
vivían en una isla griega donde Leonard Cohen la conoció. El romance duró siete
años, pero, sin duda, sobrepasó ese tiempo, porque cuando él se enteró que ella
había muerto en julio de este año, el artista le dedicó estas palabras:
"Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que
nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas
que estoy tan cerca de ti que, si extienden tu mano, creo que podrás tocar la
mía. Ya sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría pero no
necesito extenderme sobre ya que tú lo sabes. Solo quiero desearte un buen
viaje. Adiós, vieja amiga. Todo el amor, te veré por el camino".
Pienso en
la muerte como un revés de la vida, un viaje que ha llegado a su estación
final. El pasajero que transita por ahí decide si ha de dejar algo cuando
le toque el momento de partir. Leonard Cohen nos legó su música y su poesía, producto de una
vida intensamente vivida. Su último disco You want it darker incluye
una canción titulada Traveling light, donde
habla del viaje ligero que emprendió por la vida y de la que se despedía con su
vieja guitarra.
En mi
equipaje siempre he dejado un espacio para sus discos. Uno de ellos lo adquirí
en México; otro, en Berlín. Pensaba que en mi siguiente viaje podría conseguir su última producción. Hace años, cuando andaba deslumbrada por las calles luminosas de
Nueva York, vi un cartel que anunciaba un concierto pasado de Leonard Cohen,
deseé con todo mi corazón que algún día lo vería en vivo; pero comprendo ahora
que eso nunca será. Solo me queda escucharlo y decirle "So long, dear
Leonard. Good journey".
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