Casi recientemente fue inaugurada la remodelación de la Biblioteca de Humanidades de mi Facultad. A primera vista, su nuevo aspecto resulta muy acogedor. Desde los exteriores, que antes lucían típicas pintas políticas de universidades nacionales, hasta los ambientes que utilizan los trabajadores administrativos y la misma sala de lectura hoy lucen renovados. Está cubierta por una inmensa claraboya que la ilumina aún más y la distingue de las otras bibliotecas que existen en la universidad, quizá también porque por ahí transitaron ilustres personajes agustinos que engrandecieron a nuestra alma mater.
Sin embargo, parece que hay algo que aún no ha cambiado: el servicio. No me refiero a la atención que brindan las personas que trabajan ahí, que por lo que me consta es aceptable, sino a la forma cómo los lectores acceden a los libros. No se puede llegar a ellos directamente. Siempre hay algo que se interpone en el camino. Ahora son vidrios, peor aún antes eran una paredes de concreto. Si bien los cristales por lo menos permiten contemplarlos desde fuera, ello no resulta suficiente para un lector que sueña con pasearse a lo largo de sus estantes para sacar sin impedimento alguno el libro que le interesa,hojearlo y detenerse ahí mismo a leer el tiempo que le plazca.
Así funcionan las bibliotecas que centran su atención en el hombre mismo, es decir, que más allá de la infraestructura, del mobiliario, del soporte tecnológico, etc., incluso de los libros mismos, está la confianza en el ser humano que se siente parte de esa cultura construida a lo largo de los siglos y que acude a ella precisamente a través de los libros.
Sin embargo, parece que hay algo que aún no ha cambiado: el servicio. No me refiero a la atención que brindan las personas que trabajan ahí, que por lo que me consta es aceptable, sino a la forma cómo los lectores acceden a los libros. No se puede llegar a ellos directamente. Siempre hay algo que se interpone en el camino. Ahora son vidrios, peor aún antes eran una paredes de concreto. Si bien los cristales por lo menos permiten contemplarlos desde fuera, ello no resulta suficiente para un lector que sueña con pasearse a lo largo de sus estantes para sacar sin impedimento alguno el libro que le interesa,hojearlo y detenerse ahí mismo a leer el tiempo que le plazca.
Así funcionan las bibliotecas que centran su atención en el hombre mismo, es decir, que más allá de la infraestructura, del mobiliario, del soporte tecnológico, etc., incluso de los libros mismos, está la confianza en el ser humano que se siente parte de esa cultura construida a lo largo de los siglos y que acude a ella precisamente a través de los libros.
Quizá suene utópica esa idea en tiempos donde la viveza criolla ha hecho suya la frase: "Tonto es el que presta un libro, más tonto el que lo devuelve". Por qué no más bien cambiarla a algo tan sencillo como: "Solidario es el que comparte un libro, honrado el que lo devuelve". Para ello necesitamos tal vez renovar constantemente nuestro espíritu, tanto como los libros que van quedando obsoletos.
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