miércoles, 14 de octubre de 2009

LA BITÁCORA POÉTICA DE VALERIA ZURANO


Muchos poetas de todos los tiempos y lugares compararon la vida con un viaje. Un ir y venir por caminos que se unen, se cortan o se entrecruzan. Un desplazamiento continuo cuyo destino no siempre es el esperado. Y es que los viajes nos transforman y nos invitan a reflexionar hacia dónde vamos. Nos permiten entender de un modo particular el mundo cuando se convierte en relato. Precisamente a través del relato de viajes, nos embarcamos a una aventura guiada por la imaginación y la memoria. Cuando rememoramos y narramos un viaje no sólo representamos a sociedades o culturas distintas, sino también nuestras propias vidas interiores, como un ejercicio de reflexión sobre nosotros mismos.
El libro El gran capitán. Crónica de un viaje al litoral (Santiago de Chile, ediciones Cortina de humo, 2008) de Valeria Zurano es un viaje cuya travesía en tren nos permite ver la vida de los “otros” desde las ventanillas y donde la estación central es uno mismo. El gran capitán está escrito a manera de una crónica poética. Tal vez la crónica es uno de los géneros que más se acomoda a estos tiempos, por su carácter híbrido, su estructura versátil, su polifonía textual, ya sea en el uso de variadas técnicas, distintas voces o la misma recurrencia a otros géneros como el ensayo, el reportaje, el cuento, la prosa poética, etc. Si bien toda crónica lleva implícita la noción de tiempo, ya que relata acontecimientos en orden cronológico; sin embargo, en la actualidad está considerada como “la instantánea que recoge lo efímero, lo mutable, lo circunstancial para convertirlo en memoria colectiva” (Cecilia Cuesta).
El libro de la poeta argentina no sólo permite que la peripecia de los pasajeros del Gran Capitán
quede como un registro poético de la memoria colectiva, sino también contribuye a la construcción de una identidad social e incluso personal. Puede ser que el tren El Gran Capitán no ande más sobre los rieles de Buenos Aires a Posadas, pero aún sus ruedas siguen avanzando en la memoria de sus pasajeros. En Valeria Zurano el tren se detuvo cuando terminó de escribir el libro, para nosotros comenzó a andar cuando empezamos a leerlo.
El libro de alguna manera plantea una intertextualidad implícita que enriquece la tradición de la literatura latinoamericana al hilvanar el rastro de escritores como García Márquez y su mítico tren amarillo que llegaba a Macondo; Juan Rulfo y su mágica Comala habitada por muertos; Jorge Luís Borges y sus disquisiciones con el tiempo.
Precisamente el tren como símbolo de lo transitorio, la muerte y el tiempo, se constituyen como ejes temáticos de este gran viaje. El tren es el elemento que conecta el espacio exterior con el interior. Por las ventanillas se puede ver que afuera hay un mundo que padece hambre, miseria, injusticia, pero adentro también cada pasajero está sumido en el sufrimiento, y más adentro aún hay una tristeza infinita, una soledad que aumenta con la distancia. El otro tema central del libro es la muerte. Ese sentimiento invade al lector desde el inicio de la lectura del texto, sin embargo hay una lucha interior que la combate. Fácilmente no nos entregamos a ella, porque a pesar de ella seguimos existiendo. La poeta dice: “Estas pequeñas tumbas nuestras que nos designan lugares tan hermanados con la muerte; nos han quitado las canciones y la lluvia, nos han arrancado los ritos para invocar las muertes, y ahora, nos matan cada día./ Te hablo, en el silencio de la noche; sobre los cuerpos fragmentados por la quietud. Te cuento ignorando si los ojos están abiertos o cerrados. / Es la invocación de los ausentes que como sueños de presencias regresan para jugar en esos mundos de fantasmas, y entonces, un fulgor recorre el cuerpo en la noche viajera”.
Finalmente, el tiempo cumple un rol importante en el texto. En realidad, la pérdida de la noción del tiempo es lo que permite traspasar los límites de los vagones del tren, del panorama circundante, de la existencia misma. En un poema Borges escribió: “Mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otro río, /saber que nos perdemos como el río /y que los rostros pasan como el agua”. Curiosamente el viaje de Valeria era hacia Iguazú, cataratas hechas de tiempo y agua. Si bien su travesía estaba rodeada de un ambiente de muerte, su destino no era ése, sino las aguas refrescantes de la vida. Con cada libro renace la esperanza de que es posible luchar contra la muerte.

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