martes, 17 de noviembre de 2009

LA POESÍA VIDENTE DE MARÍA CHAPP

La poesía tiene una mirada que provoca al mundo. Con osadía lo desviste hasta dejarlo en su quintaesencia, en su estado más puro y perfecto. Así como un calidoscopio que en su sentido etimológico significa ver formas o imágenes bellas, la poesía adquiere sentido cuando se convierte en videncia, porque así recompone el mundo y le da otro significado. Arthur Rimbaud decía que “el poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. Para ello necesita un ojo que le permita hacer la búsqueda de sí mismo, necesita desdoblarse para extraer su visión de sus revelaciones.
María Chapp con El ojo peregrino (Buenos Aires, ediciones El Mono Armado, 2008) sigue la senda rimbaudiana de la poesía como videncia. Este libro ante todo revela una mirada hacia dentro, una intensa búsqueda interior. Su anterior poemario La sed también seguía ese rumbo. Se trata de la búsqueda de uno mismo, de un recorrido a través de los recovecos del cuerpo y los escondrijos del alma. Como dice la poeta en uno de los poemas “busco hospedarme / cuerpo adentro”.
El poemario se divide en dos secciones: Marzo y Ojos. Marzo no solo indica un tiempo y el inicio de la estación otoñal, sino también un ciclo donde la vida se renueva, es el tiempo que pide una pequeña muerte para devolvernos otra vez renacidos. En esta primera parte podemos advertir la presencia del desdoblamiento del yo en otro. Al respecto, la poeta dice: “esa presencia se me parece / no este yo / apellidonombreprofesión” o “alguien me visita / ¿o soy yo la visita?”. Asimismo, se vislumbra una maternidad universal que supone una plena identificación de la poeta con el Universo, ya que se reconoce como parte de él: “estoy tan abierta/ puedo albergar todos mis mundos / mis cuerpos en su extensión natural.” Aquello se percibe aún más en el poema “Del parto”: “¿existe la propia vida? / ¿o todo es la gran vastedad / eterno baile / y uno existe cuando toman forma / secuencias de relámpagos?”; y, sobre todo, en el poema “Marzo” cuyos versos dicen: “soy la anciana del bosque / que amamanta”, “espío la cópula de lluvia y pasto / el cielo dona su esperma/ la tierra abierta”, “es marzo / llueve y llueve”.
La segunda parte del poemario se subtitula Ojos. La visualidad siempre ha estado presente en la gran poesía, siempre ha habido un ojo que nos ha permitido ver el mundo a través de la poesía. Ojo peregrino, Ojo voraz, Ojo manso, Ojo amatista, Ojos del agua, son los ojos de María Chapp que nos devuelven a la esencia de las cosas. Quizás uno de los poemas más logrados es “Puente”, en cuyos versos la poeta encuentra que: “cada mirada deshoja su objeto / lo acaricia / lo curva / devora distancias / lo abandona / necesito un puente entre el ojo / y la flor de mil pétalos”. Ese lenguaje metafórico permite que el lector no solo visualice la imagen creada sino también capture lo más profundo del objeto.
En El ojo peregrino “no es el poeta quien habla / es el gran ojo que recuerda”. La poesía de María Chapp es como la luz que nos permite ver en medio de la oscuridad y nos invita a emprender el camino hacia nosotros mismos.

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