Al pie del cerro Santa Lucía en Santiago de Chile hay una hermosa escultura que representa a una niña leyendo. Pienso en el artista. Lo veo fascinado por su musa infantil. A ella la imagino distraída e inquieta como cualquier persona a esa edad. Salta, corre y grita. El taller estalla de felicidad, pero el artista necesita la quietud de ese cuerpo pequeño y el silencio necesario para comenzar su obra. ¿Cómo se puede detener el tiempo y plasmar la belleza?
De pronto la niña disminuye su febril ritmo. Camina despacio y va cogiendo los objetos que utiliza el escultor. Los observa detenidamente. Sus juguetes no son así. La niña prosigue su recorrido. En ese lugar hay algo que llama poderosamente su atención. Lo toma entre sus manos. Es un libro. Sus dedos se deslizan por cada hoja. Hay una historia que leer. Las manos de artista no pierden tiempo. De inmediato coge su cincel comienza a dar forma a esa historia.
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