lunes, 29 de diciembre de 2008

LA CASA DE GARCÍA MÁRQUEZ EN CARTAGENA DE INDIAS



Ubicada entre la calle del Curato de Santo Domingo y la calle de la Martinica, la casa de Gabriel García Márquez se erige frente al Mar Caribe detrás de las fortalezas que bordean la ciudad, las mismas que en siglos pasados fueron utilizadas para defenderse de los piratas que atacaban a Cartagena de Indias, el mayor centro de comercio de esclavos traídos de Africa. Fue famosa la incursión que hizo Francis Drake en en el siglo XVI.
A diferencia de las casas de Pablo Neruda, que son verdaderos museos visitados por personas de todo el mundo, la del escritor colombiano no es accesible al público y quizá lo que la caracteriza exteriormente es la sencillez. No tiene el estilo colonial que presentan las casas aledañas, pero tampoco desentona con el resto. En su interior sobresalen varias palmeras donde se posan las aves que surcan el cielo caribeño. Imaginamos que dentro hay una gran biblioteca y seguramente esa casa ha albergado a muchos otros grandes escritores y artistas del mundo entero.
Caminar por las calles de Cartagena es todo un privilegio, es como adentrarse en las páginas de los libros del célebre creador de Macondo.

viernes, 26 de diciembre de 2008

UN ÁNGEL EN LA CIUDAD


Con sus alas extendidas, un escudo y una espada, un ángel parece haber descendido del cielo para ubicarse en una esquina de nuestra Plaza de Armas. Se trata de una hermosa escultura que pertenece al artista Fredy Luque, quien la hizo por encargo de la Municipalidad de San Miguel de la ciudad de Lima, donde será su destino final.
Si bien la catedral, los portales y el tuturuto dan majestuosidad a la plaza más importante de nuestra ciudad, las esculturas realzarían aún más su belleza. Las grandes urbes latinoamericanas ostentan por doquier el genio y talento de sus artistas. En Buenos Aires, por ejemplo, la Plaza Lezama está llena de esculturas que representan a sus fundadores y a personajes de la mitología grecolatina; en Medellín, la famosa Plaza Botero exhibe las voluminosas esculturas de su más grande artista de quien proviene el nombre; en fin, las obras de arte no solo embellecen un lugar sino despiertan la sensibilidad de quienes se detienen un momento para contemplarlas porque sienten que hay algo que les ha removido el alma.
Quizá si las autoridades arequipeñas se animaran a bajar a otro ángel del cielo, quizá a Gabriel, el mensajero de Dios, o Rafael, el ángel sanador, nuestra ciudad tendría más motivos para ser visitada.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Mi mesa de Navidad



Esta Nochebuena prendí una vela en el centro de mi mesa. Al lado mi hija disfrutaba de su mejor sueño, entonces las bombardas y cuetecillos la despertaron. Por mi ventana estallaron mil luces de colores. Subí a la azotea y vi que la ciudad entera resplandecía en el cielo. Era Navidad, era el nacimiento de la esperanza. Una gran felicidad embargó mi corazón. Abracé a mi hija que aun dormitaba. Le entregué sus regalos y me comí gustosa unas galletas de jengibre. No habría cena, más bien mañana el almuerzo prometía cerezas, ensaladas y todas esas cosas que unen a la familia en torno a una mesa.

miércoles, 10 de diciembre de 2008


EL VALLE DE ELQUI Y SUS POETAS

En uno de sus artículos publicados en el diario El Mercurio, en 1925, Gabriela Mistral calificaba a Coquimbo como una provincia en desgracia porque se había dedicado mayormente a la actividad minera dejando de lado el cultivo de la tierra; en cambio, de los hijos del valle de Elqui decía: “Ese elquino, arriero después de la cosecha, antes hortelano y vendimiador, es el hombre mejor de la provincia”. Esas eran las impresiones que tenía entonces la Premio Nobel de Literatura de 1945 sobre la región donde había nacido un 7 de abril de 1889 en la ciudad de Vicuña.

En la actualidad, Coquimbo se constituye como la IV Región de Chile y se ubica entre el gran desierto de Atacama y la zona central del territorio chileno. Su capital es la ciudad de La Serena y está conformada por tres provincias. Una de ellas es la provincia de Elqui, cuya capital es la ciudad de Coquimbo. Precisamente, estas dos ciudades, La Serena y Coquimbo, junto a Vicuña, Paihuano, Monte Grande y Pisco Elqui, fueron los escenarios del “Segundo Congreso de Poesía de la Región de Coquimbo y el Mundo Andino” realizado entre el 12 y 14 de octubre de este año. Ahí se congregaron poetas provenientes de Argentina, Bolivia, Perú y Chile, y contó con el patrocinio de la Universidad Católica del Norte, el Gobierno de la Región Coquimbo y la Sociedad de Escritores de Chile.

La actividad poética en el valle de Elqui, y en general, en la región de Coquimbo, parece haber suplido ahora las otras actividades que reclamaba Gabriela Mistral en esos años; ya que desde siglos pasados, los poetas han hecho de esta tierra un lugar donde la el cultivo de la poesía adquiere tanta o mayor importancia que los viñedos o los lagares. Arturo Volantines, el principal promotor del Congreso y una de las voces más autorizadas de la poesía del norte de Chile, en la Antología de la poesía del valle de Elqui (Ediciones universitarias, Universidad Católica del Norte, 2002) hace un recuento del quehacer poético de la región en los últimos siglos, poniendo énfasis en el siglo XX, cuando quedó consagrada la figura de Lucila Godoy Alcayaga con el máximo galardón literario a nivel mundial.

Arturo Volantines, en dicha Antología también habla del mítico café Tito’s, ubicado en La Serena, que alcanzó notoriedad en los momentos más difíciles de la dictadura, ya que los poetas acudían ahí a leer sus textos, y de paso dar muestras de solidaridad con los detenidos y desaparecidos por el régimen. Volantines anota: “Son muchas las instituciones y los hechos que surgieron desde el café Tito’s. Lo fundamental fue la maduración de más de una veintena de poetas (...) A lo menos se trata de una generación humana y de una promoción literaria, porque coincide este grupo en un episodio histórico -Lar- , un tiempo histórico -los `80- (...) No eran poetas uniformes; estaban contra todo lo uniformado. Lo que une a estos poetas, al decir de Milán Ivelic, es una ‘reacción`, y esto es lo verdaderamente esencial en una generación”.

Los poetas del Valle de Elqui, al sentir la indiferencia y postergación de sus connacionales, como fue el propio caso de la Gabriela Mistral que no fue incluida en las antologías de la época ni le fue concedido oportunamente el Premio Nacional de Literatura, sino hasta seis años después que recibiera el Nobel, han considerado necesario abrir sus alas a otros terrenos fronterizos. Una muestra de ello se dio el año pasado cuando publicaron Poesía contemporánea de los Andes, una antología que reúne a veinte poetas de la Región de Coquimbo y de la Provincia de San Juan, Argentina. En el prólogo de esta impecable edición, Luis Aguilera destaca que las historias y culturas de Chile y Argentina están estrechamente unidas a pesar de la separación cordillerana y “se va gestando así una literatura que dialoga insistentemente con su contexto, y que no sólo lo hace con palabras, sino sobre todo con silencios, con vacíos y omisiones. La lírica es sin lugar a duda el género que mayor vitalidad tiene en este proceso”.

Otro de los intentos para trascender las fronteras, fue el Segundo Congreso de Poesía de la Región Coquimbo y el Mundo Andino, antes aludido. Julio Piñones, docente de la Universidad de La Serena, en su ponencia La poesía del norte de Chile vive y seguirá viviendo “rechaza los intentos de negarla y descalificarla adosándole el canon de ‘literatura regional`, opuesta a lo que es la ‘literatura nacional o santiaguina`. Se duda del uso de la voz ‘canon` en medio de la total ruptura de los cánones. ¿Hasta cuándo se pretende denigrar el arte surgido en un espacio de Chile, con las limitaciones y las potencialidades que muestran otras regiones, incluyendo la región metropolitana? Ayer, como hoy, enfrentamos el uso peyorativo de esta reducción.”

Por otro lado, la delegación peruana estuvo integrada por Winston Orrillo, José Luis Ayala, Julia Barreda y la autora de estas líneas. Es preciso señalar que la experiencia en dicho Congreso sirvió para confirmar algo que también pasa en nuestro país y seguramente en cualquier país latinoamericano: el centralismo cultural; sin embargo, también ha servido para afianzar la idea de que la literatura se constituye como una fuente dinámica y auténtica de registro de imaginarios y de constitución de identidades. Todo el calor y afecto humanos que se sintió durante el desarrollo del evento, asimismo hizo reavivar la esperanza de construir una Latinoamérica unida.

Finalmente, así como Gabriela Mistral escribiera en su poema Atacama: “En arribando a Coquimbo/ se acaba el Padre-desierto,/ queda atrás como el dolor/ que nos mordió mucho tiempo,/ queda con nuestros hermanos/ que en prueba lo recibieron/ y que después ya lo amaron/ como ama sin ver el ciego”, hoy se puede decir que en Coquimbo, la poesía así como el pisco de Elqui no solo permiten hermanar a los pueblos latinoamericanos sino también ampliar sus horizontes culturales .

martes, 9 de diciembre de 2008

ISLA NEGRA EN EL CORAZON


Y después del Encuentro en Chañaral de Las Ánimas, los poetas partieron hacia distintas y lejanas direcciones: Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Uruguay; los que nos quedamos en Chile emprendimos una larga travesía más al sur. En la madrugada, bajo el tiritar de las estrellas, atravesamos el desierto silencioso de Atacama. Entre sueños lo vimos florido, desprendiendo sus mágicos olores de añañucas y amancaes, mientras que, como un viejo reloj de arena, el tiempo transcurría difusamente, trayendo a nuestra memoria el cálido recuerdo de los amigos, de sus versos, de sus vidas, de su profunda humanidad.
Más tarde, cuando el sol estaba en lo alto y la brisa marina nos refrescaba del ligero calor de aquellos días finales de octubre, entramos a La Serena. Ahí también había un puerto y a medida que recorríamos la ciudad, imaginariamente anclamos y nos dirigimos a los valles cordilleranos del oriente en busca de la voz de una mujer visionaria que fue reconocida con el Premio Nobel de Literatura hace cincuenta años: Gabriela Mistral. Con su poesía fuimos adentrándonos en su Valle de Elqui, tierra de lagares y de montañas que arden en rojo y azafrán, y cuyo río cristalino se une serenamente con el mar.
Luego de algunas horas más de viaje llegamos a Santiago. Atravesamos la ciudad subterráneamente en el metro y luego desde el vigésimo piso de un edificio pudimos apreciarla en pleno movimiento. Casi al frente nuestro estaba el cerro San Cristóbal, en cuya ladera se hallaba La Chascona que, junto a Isla Negra y La Sebastiana, forma parte de las tres bellas casas náuticas que Pablo Neruda poseía en Santiago, Isla Negra y Valparaíso, respectivamente. Cuando la visitamos sentimos formar parte de ese barco lleno de objetos a los que él dio vida con su palabra: Las cajitas de música, las muñecas, los cuadros de Diego Rivera, sus muebles, sus poemarios, su medalla del Nobel, en fin toda su vida compartida con Matilde Urrutia.
Pero nada se compara a lo que significó llegar a Isla Negra, su mejor barco anclado frente al mar. En su póstumo libro Confieso que he vivido (1974), Neruda dice que luego de regresar de España necesitaba un sitio de trabajo para escribir su Canto general. Fue entonces cuando conoció a un viejo capitán de navío español que le vendió una casa de piedra a medio construir en 1939, y él poco a poco terminó de concebirla llenándola con su imaginación y sensibilidad poética, arrebatándola a las olas que se estrellaban contra las rocas acomodadas en sus linderos, o tal vez para compartirla y formar parte de esa inmensidad viva y palpitante que bañaba las costas y que llevaba a su barco por parajes lejanos pero no extraños a su corazón.
Al inicio del recorrido por la casa hay una inscripción que dice: "Regresé de mis viajes. Navegué construyendo la alegría." En efecto, esta casa invita a navegar, ya sea viendo el océano desde sus ventanas o mirando los objetos marinos que el poeta recolectó con una ardiente pasión. En sus distintos ambientes pudimos apreciar sus famosas colecciones de caracolas y de insectos, sus colmillos de narval, sus mascarones de proa como La Medusa o la María Celeste, sus botellas de variados colores y formas, sus figuras totémicas, sus antiguas fotografías, sus piedras, sus barcos en miniatura, sus libros, su caballo de tres colas, etc. Todo esto perteneció al legado que dejó el poeta a los trabajadores del cobre y del salitre, pero que hoy forman parte del museo administrado por la Fundación Neruda.
Más allá de los recintos de madera y al aire libre hay una tumba en forma de proa adornada por hermosas florecillas que juegan con el viento proveniente del vaivén de las olas. Ahí descansa el poeta junto a su Matilde amada. No hay un epitafio como el de Vicente Huidobro, en Cartagena, que diga: "Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar"; no es necesario: Neruda era del mar y a él había vuelto, y el mar estaba ahí frente a nosotros. De pronto sentimos una súbita tristeza al recordar sus últimos momentos en aquellos días lúgubres. La muerte había invadido la primavera que él había construido con toda su esperanza; pero ni los incendiarios ni los guerreros ni los lobos lograron matarlo. Su poesía no ha muerto, tiene las siete vidas del gato, como él mismo había escrito en sus memorias póstumas Para nacer he nacido (1978).
A un año del centenario de su nacimiento, su voz continúa viva, nos la trae el rumor interminable de las olas y el vuelo incesante de los pájaros; por eso miles de navegantes que van de puerto en puerto en busca de la poesía, la encuentran palpitante y bullente en este refugio sereno que verdea en Isla Negra como un canto de amor intenso a la vida.